martes, 18 de mayo de 2010

La Armada Invencible

José Francisco Conde Ortega
presenta los 40 Barcos de Guerra



Presentada en Auditorio de rectoria de la Universidad Tecnológica de Nezahuacóyotl

lunes, 10 de mayo de 2010

Cuarenta máquinas en guerra

Dos textos sobre la antología por jóvenes becarios

de la Fundación para las Letras Mexicanas

en Auditorio de rectoria de la

Universidad Tecnológica de Nezahuacóyotl


Por Ramón Castillo


Para qué los versos.

Para qué las palabras con su afeite,

Embalsamadas para huir del tiempo.

Para qué arar en el lenguaje

La extraña semilla del dolor o la belleza.

Jorge Fernández Granados.

I

¿Para qué escribir? ¿Para qué la poesía? ¿Para qué las prolongadas imágenes o las pulidas letras? La poesía no es una concatenación de argumentos lógicos o una prueba irrefutable de las causas primeras. La respuesta no está, entonces, diáfana y gratuita para ser alcanzada por el deseo de su búsqueda. El páramo inasible de lo poético está más ligado a un asombro, a un hallazgo, que a un axioma y, no obstante, encierra en su interior una visión particular del mundo. La poesía es una verdad en sí misma, en la potencia profunda que suscita en el mundo. Si algo salva a la literatura de las atrofias cotidianas es su completa indiferencia a la esperpéntica atención a lo unívoco, a los caminos de un solo sentido, a la asepsia de lo consabido.

Ezra Pound alguna vez definió a la función poética como un proceso de condensación. Al igual que los viejos alquimistas, Pound ensalzó el movimiento que destila, que purifica y concentra para llegar a la esencia misma de las cosas. Paracelso estaría de acuerdo en la metódica atención que seguía el poeta para descarnar la frase, el pensamiento y a la sensación misma. El poema vive debido a su cargada congregación sensible. Las palabras cobran nuevos sentidos o, quizás, rebuscan en sus primigenias acepciones. La poesía se rebela contra el bullicio de la palabrería insustancial y la interferencia de lo nimio. Rescata, recrea y vivifica el velado secreto del verbo, la visión y el enigma.

II

En su célebre “Los demasiados libros” Gabriel Zaid dice con sorna y perspicacia, respecto a nosotros, los escritores, que: “soñamos con la atención universal, con el silencio de todos los que callan para escucharnos, de todos los que renuncian a escribir para leernos”. Existe, desde siempre, un deseo por vernos en letras de molde, impresos, justo al lado de los clásicos y la tradición de la cual nos sentimos herederos. No es poca cosa querer dialogar con los que nos sucedieron, con gesto de admiración o insolencia franca y lograr con ello un gesto de individualidad cierta. Porque la literatura, la creación o la revelación súbita se dan en privado, en la página recién mancillada, el adjetivo afortunado y, ¿por qué no?, hasta en la resuelta decisión de no querer escribir más; entonces, ¿para qué los libros, los demasiados libros?

Las literaturas menores, pregonaron Deleuze y Guattari al hablar de Kafka, son estrategias de subversión, máquinas de guerra que a través de su excentricidad minan el poder intestino del centro. Una tentativa por hacer “tartamudear al lenguaje” —como dijeran los franceses— es una lucha por restituirle a la palabra su potencia. Toda literatura “menor” pretende generar un espacio liminar o campo expandido desde donde se habla de manera distinta, no obstante, seguir el mismo código. Se busca la reformulación del discurso dominante sirviéndose de sus propias estratagemas y otorgarle, como lo dijo Ezra Pound, una cualidad puntual y vigorosa. Sin embargo, para llegar a esa región de singular potencia, no basta sólo con pertenecer a una región o territorio; es preciso movilizar la maquinaria intelectual y sensible, con el único fin de crear dispositivos verbales e imaginativos capaces de conmoverlo todo.

III

Cuarenta barcos de guerra” lleva en su título de manera explícita su propia búsqueda. La tentativa es afrontar, de manera beligerante, la inercia de un discurso hegemónico y celoso. Sin embargo, las literaturas “menores”, en este caso buques de guerra, deben de aspirar antes que a la cartografía periférica a la profusión honda del lenguaje poético, a la delicada ponderación de la palabra, al abismo ignoto de la intuición.

Celebramos el encuentro, a la manera spinoziana, entre fuerzas que suscriben la urdimbre de aquello que anima y suscita las más diversas intenciones. Las naves surcan un mar encrespado y traicionero con el ánimo de evidenciar una vocación, una terca necesidad o el asombro cotidiano. La poesía registra las huellas de una mirada extrañada o un tacto ansioso, anteponiendo siempre una experiencia estética de la palabra por la palabra misma. Borges, en alguna certera línea, ya dijo que la palabra idónea siempre está sujeta a la premura de la forma. La poesía simple y desnuda, sin adjetivos ni epítetos geográficos, siempre será el rastro que legaremos a la posteridad. Todo descubrimiento debe, ante los que nos sucedan, ser fuerza que resuene y dicte una verdad humana y, por tanto, imperecedera.





A la salud de un libro

Por Jesús Francisco Conde de Arriaga

“Si he escrito esta carta tan larga,

ha sido porque no he tenido tiempo

de hacerla más corta

Blaise Pascal

No es casualidad que cada mujer —inteligente o sensible o las dos o ninguna pero con algo de gracia— que lee Rayuela sufra un proceso de identificación o de transferencia con la entrañable Maga. Impávida no puede quedarse ante el retrato amoroso que Cortázar hace de ella a través de Oliveira.

“Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.”

La Maga es el pretexto. En ella queda la reminiscencia de lo que se puede ser. En ella se puede dibujar un beso, una caricia o el ansia de compartir el mismo espacio geográfico. Vamos, incluso uno puede llegar al fetiche de pasar una noche en el hotel del mismo nombre sobre San Antonio Abad.

La transferencia o identificación no se da, como decía, a través de una casualidad. Es el afán por extender nuestros límites temporales y espaciales; por trascender a través de alguna línea o de un verso; concebir el mundo por medio de la poesía o de la creación misma.

En 40 barcos de guerra se trasluce una mirada de identidad, la búsqueda por existir en la hoja en blanco y el afán por encontrar cómplices que compartan la “heroicamente insana costumbre de hablar solo”. Cuarenta editoriales y más de ciento cincuenta poetas están reunidos bajo un mismo techo y sus versos son cobijados por la certeza del azar. En el juego inclemente de la oficialidad, la posición estética converge con la ideológica con resultados más o menos afortunados. La cercanía que inevitablemente se siente con la labor de este libro, en ocasiones se debilita al enfrentarse con los textos. El objeto textual es en primera instancia a lo que el lector se enfrenta, y debiera ser lo único.

Más allá de una posición clara y definida a partir de la “independencia” o “marginalidad”, por lo demás entrañable, sólo el verso logrado, el ritmo impecable o la metáfora renovadora quedarán en la memoria de algún desocupado lector. Para ser claro: la marginalidad no es una categoría estética. La endeble fortaleza del underground o del mainstream no resiste el embate del tiempo.

La delimitación geográfica o temporal es, acaso, una circunstancia que es salvable por la fuerza inherente del poema, si lo es, entendido como el reducto donde converge una estética forjada por lecturas, por oficio, por rigor y por disciplina. En esta antología conviven diversas corrientes estéticas que se contraponen y se combaten, pero que guardan la coincidencia de asimilar la realidad a partir de la búsqueda poética.

Ahora, pienso en el Club de la Serpiente y en el mundo que estuvo frente a ellos. El mismo que cada uno de nosotros enfrenta y que en 40 barcos de guerra está claro: aprender a resistir el ataque de las flotas enemigas. Pienso en mi Maga y en la certidumbre de sus ojos miel. Pienso en un par de versos de este libro. Pienso en la ingenuidad y en la poesía. Yo, ingenuo pero no poeta, pienso en decir salud por este libro que puede, si quiere, ser referencia a partir del dictamen inclemente del tiempo.


viernes, 7 de mayo de 2010

Desde la ciudad de Los Ángeles (Puebla)

Ricardo Cartas durante la presentación.


40 Barcos de Guerra

Por Ricardo Cartas

Antes de iniciar esta presentación quiero leerles un telegrama del TAZ (Temporary Autonomous Zone), una especie de manifesto-telegrama escrito por Hakim Bey cuyo nombre real es Meter Lamborn Wilson:

Concentrarse con un estado inestable de esperanza. Punto. En la edad del encierro, no pensar y el exterior como un lugar, sino como un momento. Punto. Nunca más agotarse en contra del capitalismo. Punto. Preferir lo tangente, los atajos, los banquetes entre amigos. Punto. Intentar abolir el poder. Punto. Valiendo madres. Punto. Gozar de los enclaves y con los enclaves. Punto. Considerar la gracia de los pequeños gestos cotidianos como acto de resistencia. Punto. La liberación es una palabra vana. Punto. La TAZ es un terreno baldío, una noche. Punto. Un bolso de mujer entreabierto. Punto. Dos amantes que susurran y se besan. Punto. Los dedos del relojero sobre un reloj de bolsillo en un cine de barrio. Punto. Saber que todo lo que el estado y el mercadeo no han marchitado todavía, terminarán por marchitarlo. Punto. En el intersticio, la TAZ es posible. Punto. La creación no se repite, es una TAZ. Se repite, es una TAZ. Se repite la producción. Qué fastidio. La TAZ es un lapso que no tiene más referentes que sí mismo. Orgasmo no mercantil, intercambio no mercantil, música no mercantil e imágenes no mercantiles. Punto. Gratuidad del boca a boca, mano a mano, cadenas en los tobillos y zona franca descarada de la coyuntura entre dos huesos. Punto. La TAZ es una respiración, un maravilloso telegrama.1

Las antologías literarias actúan en favor de la discriminación, desde el ojo de los que se sienten con la calidad moral de escoger quién es el que posee el valor poético para aparecer en determinada selección. Los que no aparecen no existen, vivirán al margen de la generación, del grupo, de la mafia, del coto, del libro, de la historia. No son nada. De ahí nace la ya casi natural controversia inmediata después de la publicación. Contienda entre los que sí aparecen contra los que no, diálogo-bombardeo que por lo menos, en México, ya se ha hecho tradicional. Ejemplos hay muchísimos, desde el ómnibus de poesía mexicana, hasta más recientes. Pero lo que se hace realmente no es una antología, sino una selección de autores que bajo criterios de estética en el mejor de los casos, del amo antologador se hace libro, y por qué no, darle entrada a uno que otro cuate, nunca falta.

Y nacen los cánones, nacen las mafias, nacen las generaciones, nacen los grupos, la forma de repartirse las becas, el ninguneo, la “dirección” que debe llevar la poesía en el país. Y el método dio buenos resultados, magníficas muestras de nuestra poesía. Sin embargo, los tiempos y las condiciones de la geografía poética cambian, de tal modo que 40 barcos no puede limitarse a una antología de poesía mexicana: Rusia, España, EU, Ciudad Neza, Ecatepec, Argentina, Marruecos, Venezuela, Tepito, Guadalajara, Oaxaca, Monterrey, Chile, Puebla, Sinaloa, Veracruz, Chicago, Coahuila, Tlaxcala, Michoacán, Cuernavaca, Hidalgo, Andalucía, Monterrey, Texas, Yucatán, Guerrero, Villahermosa, Nicaragua, etc., es increíble la manera en cómo el ámbito poético y la producción ha girado y enriquecido la práctica poética (que se ejerce en el territorio nacional).

Roberto Martínez Garcilazo y
Mónica Suárez durante la presentación.

Con la incorporación de las prácticas de lo autogestivo, de lo alternativo, la poesía se ha convertido además de una actividad artística (la de más alta espiritualidad) también en una forma de resistencia, en una actividad cotidiana que hace frente a las múltiples formas de poder. La voz poética que vive en las marginalidades se redimensiona, adquiere un valor extraordinario que resuena en las mentes lúcidas de los lectores (también poetas). Resistir poéticamente, es una forma de vida llena de nobleza, de honestidad, de valentía civil, valores que prácticamente están en extinción.

La aparición de 40 barcos de guerra es un acontecimiento; su naturaleza es un parte aguas en la literatura mexicana, una forma de reinventar la convivencia entre la hermandad de poetas. La imagen del amo antologador desaparece, desaparece el dedo inquisidor que señala y restringe. Con esta acción el poder omnipresente se diluye, se reparte entre todos los editores de cada uno de los barcos.

Me encanta la idea que muchos poetas se puedan unir en una guerra poética contra lo establecido, que recurran al vejo slogan punk: hazlo tú mismo, y que peleen por difundir su forma de ver el mundo, de pelear por un lector que es cómplice de la resistencia, lector que se arriesga a leer otros mundos, poéticas que jamás serán leídas en Letras Libres. Son poéticas que no pueden ser plasmadas en el papel de la corrupción, de la verdadera decadencia, de la solemnidad acartonada. 40 barcos es un espacio real para la vida poética.

Publico asistente en la Prepa Emiliano Zapata.

Como lector, puedo señalar que con esta antología se reinventa la geografía poética de México, se convierte en LA OTRA voz poética del país de la poesía, de aquellos que como bandera tienen el existir en la poesía, y con la poesía acompañan a los muertos de la guerra cotidiana, como es el caso de Leticia Luna que escribe el poema Ríos de Sangre.

La lectura de esta antología es un riesgo, debo confesarlo, no es un libro de gozo sino de reto, no por las más de 600 páginas que la conforman, tampoco por la cantidad de temas que a muchos críticos ortodoxos infartaría: Soledad (Francis Mestries, Claudio J. Capristo), Ecología (Raúl Tapia), Existencialismo (Cuitláhuac Sánchez Reyes), Héroes (Carlos Wilheleme), Poesía (Lucero Balcázar), Viajes (Arturo Alvar), Tertulias (Karina Falcón: ¡Qué decadencia del mundo ustedes continúan con sus poemas!) Underground (Israel Soberanes, Mario Guzmán, Óscar Escoffié: sólo veo el amor en forma de banquetas), Marineros (Marisol Salmones), Escritura (Alejandra Peart Cuevas), Erotismo (Jonatan Gamboa), Brevedad (Juan Manuel Dávila Tejada), Mujer (Emma Villa Arana), Selváticos (Eduardo Cerecedo), Popular (Ramiro Pablo Velasco), Poética Chiapas (María Elena Jiménez Guillén), el humor de los poblanos (Miguel Ángel Andrade, Miguel Maldonado y la extraordinaria Gabriela Puente), Futbol (Muciño Sosa), Ironía Lingüística (Isidoro Eliut), Liturgia (María Elena Rodríguez), Antiescritores (Jorge Posada), Chilangada (José Luis de Gante), Pop (Benjamín Orozco), Malditos (Víctor M Muñoz), Chicleros (Ricardo Martínez), Pornógrafos (Óscar David López: 495), Oscuridad (Andrés Cisneros de la Cruz), muchos temas que bien podrían englobarse en uno solo: la honestidad. Pero es un reto leer esta antología sobre todo por cada uno de los poetas que plasman la dificultad y éxtasis de la vida en la diversidad de los márgenes, de su lucha diaria consciente o inconsciente contra las múltiples formas de poder. Basta con leer lo desgarrador de la poética de Leopoldo Ayala, en torno, no sólo a Atenco, sino a toda la infame guerra contra la humanidad que se ejerce desde los escritorios, o el denso canto interior que se colma en los versos de Eduardo Oláiz, o el diálogo cósmico de Gabriela Borunda, o lo desgarrador de María Rivera Valdez (ambas poetas de Chihuahua, uno de los estados más violentos de la República), o la decantación lírica de Sara Bringas, la crudeza de M Muñoz, o la rebelión in situ de Pedro Emiliano o Hugo Garduño, la transgresión simbólica de Adriana Tafoya, entre un amplio canto general que va de la violencia discursiva hasta la hondura intelectual.

40 Barcos de Guerra exige un lector con mucho valor. No es un libro para cobardes, es para aquellos que son capaces de hundirse en la oscuridad, en el humor más ácido, en la verdad poética, en lo horroroso de lo disímbolo: lectores que se arriesgan a sentir tanto como los poetas, como los editores, como los que pueden Sentir. Y la flota va creciendo y acercándose (lentamente) como aquella nave de los locos que arremetía sin dirección, simplemente existiendo, mirando las realidades, convirtiendo su vida en poesía.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Charla sobre 40 Barcos

Adriana Tafoya sobre los tipos de antologías.

Hay tres tipos de antología.
Una donde hay un solo filtro: un solo antologador.
La antología de grupos: donde éste quiere proponerse como el nuevo canon.
Y las antologías históricas: con la intensión de reunir la mayor cantidad
de poetas bajo un criterio lo más objetivo posible de selección.
En esta antología (40 Barcos de Guerra) se reúnen
todos los anteriores requisitos.


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Andres Cardo sobre la independencia.

Esto es independiente. Esto no depende del centro para existir. Existe, independientemente de él. (Tú dices, cómo un canon integra a su quehacer las propuestas marginales). Primero asumiéndonos “ellos” como marginales, porque somos marginales de ellos. Pero en algún momento tal vez necesiten este nuevo modelo y lo integren a su mecanismo, pero mientras tanto esto no dependió de lo central, lo hicieron independientemente muchos centros, más allá de sus motivaciones, generaron esto, por eso no estamos hablando de una antología de poesía marginal, sino más bien de una antología de poesía independiente.

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Adriana Tafoya y Lucía Deblock hablan sobre marginalidad

Conlleva todas estas (marginalidades), porque cada uno de los editores que está aquí (...) Para algunos ser marginal, es ser contracultural, otros ser subersivo, otros alejarse completamente del canon, otros trastocar (...) Para otros no, sólo es una cuestión económica, social, de idiosincracia, varias de las cosas que mencionas, sucede en esta antología, respecto a lo que dicen estos
poetas, estos editores.

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Andres Cardo sobre la "automarginalidad"

La literatura marginal sería una Automarginalidad, alguien que siempre vive al borde de sí mismo, buscando sus límites, trascendiendo sus límites, que siempre camina en su centro, y que su centro es una cosa que se va desplazando, transformando, y que nunca se conforma con repetir, imitar o cumplir un patrón de cualquier forma que se ejerza desde la realidad externa.

(...)

Hay muchos proyectos que prefieren (que aunque escriban los mismos, o de algún modo repitan los canones, e incluso aspiren a ellos) Estos proyectos que aspiran a lo mismo que está gobernando, y que sólo quieren tener injerencia (y en la medida que todavía no lo tienen) entonces sí, se vuelven marginales del centro.

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Adriana Tafoya sobre la multiplicidad de los soles.

Y si se llega a insertar (este modelo) en el sistema que conocemos, pues bienvenido, si se inserta en el Sistema... quién sabe todo es mutable, entonces tal vez el sistema no sea sólo para un solo sol, sino tal vez haya muchos más soles, más criterios, y no solo un canon, sino varios que le den mucha más belleza a nuestro espacio.
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